Por Luis Y. Ríos Silva, MBA, PhD.
El 1 de junio comienzó oficialmente la temporada de huracanes. NOAA ha anticipado una de las más activas en años recientes (CNN, 2025), y Puerto Rico, lejos de estar preparado, continúa expuesto con una red eléctrica débil, una población envejecida, un sistema de alerta limitado y un sistema de salud cada vez más deteriorado.
Durante la presidencia de Donald Trump, se eliminaron herramientas clave como la base de datos TRAX y se despidieron más de 200 científicos de NOAA (DW, 2025). Estas decisiones redujeron la capacidad del país para anticipar eventos extremos, afectando directamente a territorios como Puerto Rico, donde cada minuto de preparación es vital.
A esto se suma una realidad alarmante: Puerto Rico tiene una de las poblaciones más envejecidas del Caribe, con un 24% mayor de 60 años (IEPR, 2024). Tras el huracán María, el 45% de los fallecidos eran mayores de 65 (Kishore et al., 2018). Muchos murieron solos, sin oxígeno, sin electricidad y sin atención médica. Hoy, la situación es aún más preocupante. Más de una docena de hospitales han cerrado o reducido operaciones, y hay una escasez crítica de médicos y personal de enfermería (Health Connection PR, 2025). Según un informe investigativo, los servicios de salud en Puerto Rico atraviesan un colapso sistémico por falta de recursos, personal y respuesta institucional (Periodismo Investigativo, 2023). En palabras de pacientes y familiares, “están dejando morir a nuestra gente” (BBC Mundo, 2024).
He trabajado directamente en procesos de reconstrucción en Florida, California y Lake Charles, Louisiana. En Lake Charles, tras los huracanes Laura y Delta, vi barrios enteros destruidos, supermercados cerrados, hospitales fuera de servicio y ni un solo hotel disponible. Tuvimos que viajar diariamente desde Beaumont, Texas, porque no había un solo lugar operativo (AP News, 2021). Aun así, la diferencia fue clara: brigadas y recursos podían llegar por tierra en pocas horas. En Puerto Rico, todo depende del mar. Aquí, hasta el generador más urgente puede tardar semanas en llegar.
FEMA ha aprobado más de $12,000 millones para reconstrucción energética (FEMA, 2023), pero tras Fiona, el 80% del país volvió a quedar sin luz (AP News, 2022). La red sigue frágil, y los retrasos son la norma. La preparación no puede seguir siendo simbólica. No basta con simulacros o promesas a medias. Hace falta una respuesta coherente, estructurada y urgente, que priorice a los más vulnerables.
La próxima tormenta no avisará con tiempo extra. No esperará voluntad política ni milagros logísticos. Si seguimos mirando hacia otro lado, será el viento quien nos despierte a la fuerza.
Porque en esta isla sabemos encender la fiesta… y más vale estar preparados, aunque el invitado indeseado no llegue. Pero si llega, será el rugir huracanado el que nos despierte, y entonces no habrá ni hielo… ni esperanza en la nevera.
Luis Y. Ríos Silva es catedrático en la Universidad del Sagrado Corazón.