Por María F. Martell Ruiz.
En el pueblo de San Sebastián, aún hay quienes tejen hamacas a mano y se aferran a un oficio que resiste el paso del tiempo.
En el pueblo de San Sebastián, Irene Cardona Morales, aún entrelaza hilos con la misma destreza que aprendió desde niña, hace más de cinco décadas. Sabe bien que tejer una hamaca requiere de amor, paciencia y mucha dedicación. Más allá de la técnica lo que mueve sus manos es el legado de una tradición familiar que ha pasado de generación en generación, en un barrio donde por años era común ver en cada casa un letrero que decía “Se venden hamacas”.
“El barrio Robles era donde se criaron todos los hamaqueros que había en San Sebastián y se dedicaron exclusivamente en hacer las hamacas, yo soy nacida y criada allí. Mi mamá era artesana, yo aprendí a los 8 años con mi mamá. En mi historia familiar esto viene desde mi bisabuela, mi abuela, mi mamá y después estoy yo.” cuenta doña Irene con orgullo.
Las hamacas han sido parte de nuestra historia. Se tejían con la planta de Maguey, una fibra natural que requería gran esfuerzo y tiempo. Era un proceso arduo, pero parte de la vida cotidiana. Con los años la dificultad para conseguir la planta y la complejidad del trabajo llevaron a muchos artesanos a cambiar al uso del hilo. Aun así, el oficio sigue siendo exigente, desde pintar los hilos, dejarlos secar, tejer el fondo, hacer el macramé y mancillar. Todo con el mismo cuidado y dedicación que antes. Es que, aunque cambien los materiales, el espíritu del trabajo sigue siendo el mismo, artesanal y lleno de historia.
Tras años de dedicación, la hamaquera ha ido perfeccionando sus destrezas. Ya no sólo teje hamacas tradicionales, sino que también confecciona sillas hamacas, cois para bebés; una especie de cuna tejida para acostar a los recién nacidos; y piezas más elaboradas con distintos tipos de tejidos. Algunas pueden tardar hasta más de un mes en completarse. Cada creación le requiere de largas horas de trabajo de pie. Todas las piezas las hace completamente a mano, y cada patrón lo ha ido aprendiendo con práctica y dedicación.
Sin embargo, a pesar de todo el esfuerzo que pone en cada pieza, enfrenta un reto constante y es que el valor de su trabajo pocas veces es reconocido. Muchos no entienden el valor de una hamaca artesanal, sin considerar todo lo que implica confeccionarla.
“¿Por qué las hamacas artesanales son más caras? pues ahí está el problema. Todo ha ido subiendo porque antes cuando mi mamá se criaba yo recuerdo que mi abuelo la compraba a 25 o 30 pesos, pero desde ese día a acá saca cuenta cuánto ha subido.” comenta con franqueza, como quien ha visto cambiar el oficio con el tiempo.
A pesar del alto costo de los materiales y el esfuerzo físico, Irene continúa tejiendo. Desde hace años participa en festivales para vender sus piezas y ofrece talleres donde otras personas pueden aprender de esta tradición. De uno de sus talleres, recuerda con cariño a una mujer en silla de ruedas que logró confeccionar su primera hamaca con éxito. Para Irene, momentos como ese confirman que no hay límites cuando uno hace las cosas de corazón.
Ese deseo de enseñar y de compartir el conocimiento también lo encarna Tatiana Martínez Pérez, una joven hamaquera que lucha por mantener viva una tradición que poco a poco se va perdiendo. Su compromiso nace del legado de su abuela Leonarda “Esmeralda” Morales Acevedo, reconocida como la última hamaquera en trabajar Maguey, hoy está retirada. Leonarda, además es tía de doña Irene, lo que refleja cómo este oficio ha logrado sostenerse por años dentro de un mismo grupo familiar y comunitario. Para la joven, tejer no es solo una práctica heredada, sino un acto de resistencia cultural.
Tatiana reconoce la importancia de preservar el legado no solo de su abuela, sino también de pioneros como José “Che” González Acevedo, referentes vivos de esta tradición. Para ella, esto no solo es un negocio, también se ha dedicado a enseñar a otros y a compartir el valor de este arte ancestral.
“Yo he tenido estudiantes que han salido de depresiones, tienen negocios de hamacas y exportan. Por ejemplo, se han dedicado a vender en hoteles. Yo me he encargado de eso, de conservar la cultura”. Comentó la joven, natural del barrio Robles.
Como parte de su compromiso con la tradición, Tatiana comparte sus conocimientos en el Museo de la Hamaca. Ubicado en el pueblo de San Sebastián. El espacio, inaugurado por el municipio en 2017, fue creado para resaltar la historia del tejido artesanal y ofrecer un punto de encuentro donde los artesanos puedan exhibir y vender sus trabajos. Allí, Tatiana no solo continúa tejiendo, sino que también instruye a nuevas generaciones, manteniendo viva una práctica que ha sido parte esencial de la identidad cultural de su comunidad.
Sin embargo, la joven hamaquera reconoce que este trabajo es cada vez más sacrificado. Requiere de mucho tiempo, esfuerzo físico, dedicación y una inversión económica significativa. Todos estos factores hacen que muchas personas pierdan el interés en continuar con la tradición, lo que ha provocado que cada vez sean menos quienes se dedican al tejido de hamacas. Tatiana admite que, aunque lo aprecia profundamente, ya no considera que sea un oficio del cual se puede vivir. A esto se le suma el impacto de la industrialización y la llegada masiva de productos más baratos hechos a máquina, lo que representa una competencia desleal para quienes pasan meses confeccionando a mano una sola pieza.
“Algo muy importante que nos ha aplastado un poquito es la exportación, trabajos hechos a máquinas o hamacas extranjeras. quizás yo pasé seis meses haciendo una hamaca y quizás una persona pasa por la número 2 y la compra más barata” señaló al describir una de las consecuencias que ha enfrentado como artesana.
La tradición y la valoración de nuestra cultura descansan hoy en manos de artesanas como Irene y Tatiana, quienes luchan por mantener viva una práctica que poco a poco parece desvanecerse. El amor por seguir tejiendo, aunque sea un trabajo sacrificado y poco rentable, refleja la resiliencia de una historia y de unas manos que no se rinden. La hamaca más allá de ser un objeto decorativo o de descanso, es una memoria viva. En sus hilos se entrelazan el pasado, la identidad puertorriqueña y el legado de generaciones que hicieron de este arte una forma de sustento.