Lcdo. Luis Ibrahyn Casiano
Trabajador Social Clínico
Los pensamientos a menudo están impulsados por emociones intensas que surgen de situaciones que percibimos como adversas. Por ejemplo, si alguien experimenta una sensación de fracaso, podría pensar, «Nunca soy lo suficientemente bueno». Este pensamiento parece ser el problema, pero en realidad, es una consecuencia de emociones como la tristeza o la vergüenza, que surgen de una experiencia previa. Pues, intentar «reprogramar» ese pensamiento sin primero explorar y procesar la emoción que lo impulsa puede generar una lucha interna, y mientras más intentamos cambiar el pensamiento, más persistente y resistente se vuelve, alimentado por la emoción no resuelta. Por otro lado, hay que entender que las emociones son respuestas instintivas que también forman parte de nuestra naturaleza como seres humanos. Nos ayudan a interpretar y responder al mundo que nos rodea, pero cuando no se expresan o procesan de manera adecuada, pueden quedar atrapadas, generando un ciclo de malestar.
La tristeza, el miedo, el enojo y otras emociones consideradas «negativas» no son problemáticas en sí mismas; su función es protegernos o alertarnos de algo que requiere nuestra atención. Sin embargo, cuando las ignoramos o las suprimimos, estas pueden intensificarse y manifestarse de manera directa e indirecta, como a través de pensamientos intrusivos, síntomas físicos o patrones de comportamiento autodestructivos. Por el ajetreo de la vida muchas veces obviamos el sentir, y el no hacer un alto psicológico para darnos espacio a entender lo sucedido desde ese sentir produce un malestar emocional de más larga duración. Hacer ese alto nos ayuda a evitar que se conviertan los sentimientos producidos en pensamientos absolutistas sobre algo o alguien; o incluso, sobre nosotros(as)(es) mismos.
Para romper este ciclo, es esencial cambiar nuestra perspectiva y abordar primero las emociones. Esto implica desarrollar habilidades emocionales que nos permitan reconocer, validar y procesar lo que sentimos. Algunas estrategias clave incluyen la identificación emocional, o sea, ponerle nombre a lo que sentimos. ¿Es tristeza, miedo, enojo o una mezcla de varias emociones? Este ejercicio de autoconciencia no proviene de un pensamiento automático, y es fundamental para conectar con nosotros mismos y evitar que las emociones se confundan con los pensamientos. Paso seguido, es importante reconocer que todas las emociones, incluso las incómodas, son válidas y tienen un propósito. No hay emociones «buenas» o «malas»; todas forman parte de nuestra experiencia humana y merecen ser escuchadas. Posteriormente debemos llegar a la regulación emocional. Esto no significa reprimirlas, sino expresarlas de formas que no nos dañen a nosotros ni a los demás. Respiración consciente, escritura terapéutica, movimiento físico o buscar apoyo en un terapeuta son herramientas efectivas para este propósito. Por último, pero no menos importante, debemos llegar a la reflexión, esa que entonces genera un pensamiento filtrado, saludable y equilibrado. Una vez que las emociones iniciales han sido procesadas desde el sentir, la mente está más clara para analizar los pensamientos asociados. En este momento, se pueden reestructurar las creencias o patrones mentales desde una perspectiva más objetiva y menos reactiva.
Se nos ha enseñado a pensar primero, como dicen coloquialmente con la mente fría, pero cuando damos prioridad a las emociones, estamos abordando el malestar desde su raíz. Esto no solo permite una recuperación más auténtica, sino que también evita que las emociones reprimidas se acumulen, generando problemas más graves a largo plazo, como ansiedad crónica o depresión. Además, esta práctica fomenta una mayor conexión con nosotros mismos, fortaleciendo nuestra capacidad para afrontar futuras adversidades. Al procesar las emociones antes de intentar cambiarlas por los pensamientos, también aprendemos a ser más compasivos con nosotros mismos. Atender primero las emociones y no los pensamientos es un enfoque transformador para abordar el malestar psicológico. Este método nos invita a dejar de lado la necesidad de «arreglar» lo que pensamos y, en cambio, conectarnos con lo que sentimos, permitiéndonos sanar desde el origen del malestar. Al cultivar una relación más saludable con nuestras emociones, no solo encontramos alivio, sino también una mayor comprensión y aceptación de quienes somos, lo que sienta las bases para una vida emocionalmente plena.