Por: Jesmary Velázquez Méndez
En esta temporada de gratitud, solemos dar gracias por la familia, los amigos o los logros… pero, pocas veces por el cuerpo que nos permite vivirlo todo.
La gratitud también puede reflejarse en cómo cuidamos nuestro cuerpo y en las decisiones que tomamos al alimentarnos. Cuando reconocemos todo lo que nuestro cuerpo hace por nosotros: respirar, digerir, moverse y sostenernos cada día, surge el deseo de cuidarlo y nutrirlo con lo mejor. Ese agradecimiento se traduce en ofrecerle alimentos de calidad, llenos de sabor y, sobre todo, de valor nutricional.
Ser agradecidos no solo implica reconocer lo externo como las personas, situaciones o cosas, sino también, mirar hacia adentro. Agradecerle al cuerpo es una forma de reconexión: de reconocer que merecemos bienestar. En un estudio realizado en Suiza, los investigadores Patrick L. Hill, Mathias Allemand y Brent W. Roberts encontraron que las personas con mayor gratitud reportaron mejor salud física, más hábitos saludables y una mayor resistencia al estrés (Hill et al., 2013).
Además, expresar gratitud tiene un efecto directo en el cerebro. Al hacerlo, se liberan dopamina, serotonina y oxitocina, neurotransmisores asociados al placer, la calma y conexión (Watson, 2024). Este estado emocional favorece comer con más conciencia y menos impulsividad, disfrutando el proceso y eligiendo alimentos que realmente nos nutren. Por lo tanto, cuando comemos desde un estado de gratitud, nuestras elecciones alimentarias suelen ser más equilibradas, orientadas al bienestar y no solo a la satisfacción inmediata. Si llevamos la gratitud al plano práctico, agradecer al cuerpo significa reconocer todo lo que hace por nosotros y retribuirle con alimentos que lo fortalezcan.
Por eso, practicar la gratitud, a su vez, puede transformar nuestra relación con la comida. Comer desde la gratitud nos lleva a elegir desde el bienestar, no solo desde el deseo inmediato. En estas festividades, pequeños cambios como priorizar alimentos con alta densidad nutricional, es decir, ricos en vitaminas, minerales, fibra, antioxidantes y proteínas, así como escuchar señales internas de hambre y saciedad, en vez de comer por costumbre o ansiedad y comer despacio, saboreando los alimentos nos permitirá reconocer que el acto de nutrirse es un gesto de agradecimiento diario hacia el cuerpo y un verdadero acto de amor propio.
Al final, agradecer también es nutrir: cada elección que hacemos por nuestro cuerpo es una forma silenciosa de decirle “gracias por sostenerme un día más”.



