Por Brenda Liz Gines
Por algunos años miré con cierta admiración los certámenes de belleza. Veía la elegancia, la atención mediática y el brillo de los escenarios como algo fascinante. Sin embargo, la experiencia de vida y la formación en pensamiento crítico me llevaron a una conclusión distinta: estos certámenes, lejos de enaltecer a la mujer, terminan afianzando estereotipos dañinos y construyendo un espejismo cultural que perjudica más de lo que aporta.
Los concursos de belleza no son un homenaje a la mujer, sino una fiesta de egos, intereses comerciales y oportunidades políticas y de entretenimiento. Aunque se disfracen de plataformas para el turismo o de vitrinas de talento, en el fondo perpetúan un estándar de perfección que resulta tan irreal como excluyente.
La presión social, amplificada hoy por las redes digitales, convierte la belleza en una carga en lugar de una expresión de identidad y bienestar. Se mide a las jóvenes por la forma de su cuerpo, el brillo y largo de su cabello o la simpatía de su sonrisa, en vez de valorar sus capacidades, talentos o contribuciones sociales. Y eso es un retroceso cultural.
Más allá del aplauso momentáneo
Quienes defienden los certámenes suelen justificar su existencia por el turismo, el espectáculo o el recaudo económico que generan. Sin embargo, ¿vale la pena sostener un modelo que comercia con la apariencia y le pone precio al valor femenino? Los aplausos ciegan y el espectáculo deslumbra, pero es un brillo pasajero. El entretenimiento distrae, pero no transforma.
Con tantas necesidades urgentes en cada pueblo y país, en educación, salud mental, prevención de violencia, preservación cultural, entre otros ¿no sería más valioso redirigir los esfuerzos hacia campañas permanentes que enaltezcan la verdadera riqueza de una isla, un país o una comunidad? Promover la cultura, el talento artístico, la innovación tecnológica o el liderazgo social tendría un impacto real, inspirador y sostenible.
Para reflexionar
Este artículo no busca criticar a las candidatas. Muchas participan con sueños legítimos, aspiraciones profesionales y genuino deseo de superación, sin embargo, las invito a pensar.
Los certámenes de belleza son una tradición que, más que embellecer, distorsionan la visión colectiva de lo femenino. La verdadera belleza no necesita jurados ni coronas, ni depender de comparaciones o descalificaciones. Una mujer que se ama y se valora no necesita de una corona: ya la tiene desde que fue creada.
La crítica se dirige al concepto y a la producción de estos certámenes, que al final reproducen un modelo de mujer que no corresponde con la realidad plural, diversa y rica de nuestras sociedades.
Es tiempo de preguntarnos: ¿qué imagen de la mujer queremos seguir construyendo? ¿La de un rostro “perfecto” cuya importancia termina a días de la coronación, o la de una persona firme y valiosa que contribuye y deja huella en la historia?
Los certámenes de belleza son innecesarios para una sociedad que se enorgullece de sus mujeres líderes y transformadoras. El verdadero reto es crear escenarios que reconozcan su autenticidad, dignidad y contribución real.
La sociedad avanza cuando celebra la diversidad, promueve el bienestar y reconoce que el valor humano jamás debería ponerse en competencia.
Diez aspectos inadecuados de los certámenes de belleza
- Estándares irreales: imponen un prototipo de mujer casi inalcanzable.
- Exclusión: dejan fuera a quienes no cumplen medidas o estéticas específicas.
- Sexualización de la imagen femenina: la fotografía y presentación muchas veces erayan en lo sugestivo.
- Competencia malsana: convierte la belleza en un campo de rivalidad, no de hermandad.
- Impacto en la autoestima: fomenta inseguridad en niñas, adolescentes y mujeres adultas.
- Falsa meritocracia: se premia simpatía o apariencia por encima de logros reales.
- Negocio disfrazado: los intereses comerciales pesan más que el bienestar de las participantes.
- Cosificación: Se fomenta la exposición innecesaria del cuerpo femenino, la mujer es vista y evaluada como objeto de exhibición.
- Fugacidad del “éxito”: la gloria de unos días no se traduce en aportes duraderos.
- Desplazamiento de valores sociales: se promueve más la imagen que el servicio, el conocimiento o la contribución real comunitaria.



