miércoles, octubre 15, 2025
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La zapatería: un oficio elegido con el corazón

Por María F. Martell Ruiz


Encontrar zapateros en Puerto Rico se ha vuelto tarea difícil. Antes era común ver talleres abiertos, donde alguien se dedicaba a reparar zapatos con paciencia y destreza. Hoy, esa imagen casi ha desaparecido. Los negocios han cerrado, maestros del oficio se han retirado y las nuevas generaciones no han tomado su lugar. En medio del auge del consumo desechable, donde muchas veces es más fácil comprar que reparar, son pocos los que deciden apostarle a esta profesión. Aun así, hay quienes siguen demostrando que lo artesanal, lo útil y lo duradero aún tienen mucho valor.
Ese valor toma forma en manos de José Mas Rodríguez, quien trabaja en una zapatería en el pueblo de Hormigueros con el curioso nombre de El Gato con Botas. No viene de una familia de zapateros ni aprendió el oficio desde niño, pero siempre estuvo cerca del mundo del calzado. Por muchos años trabajó en tiendas de zapatos, donde fue aprendiendo a hacer arreglos sencillos y desarrolló un cariño especial por este tipo de trabajo. Con el tiempo y el apoyo de su familia, tomó la decisión de renunciar al empleo que mantuvo por más de tres décadas y se lanzó a adquirir una zapatería. Desde hace poco más de un año se dedica de lleno a este oficio que tanto le apasiona. “Básicamente mi vida ha sido de 34 años de trabajo, por decir así un poquito más, siempre he trabajado en servicio al cliente y me gusta ayudar, me gusta que la gente pueda reutilizar lo que quiere”, expresa con la sencillez de quien ha encontrado una forma genuina de servir.


En su pequeño taller, José ha ido aprendiendo poco a poco, sobre todo con práctica, paciencia y mucha observación. No tiene una formación formal como zapatero, pero cada cliente que llega y cada zapato que repara se convierten en oportunidades para mejorar. Desde ajustar un broche o reforzar una costura, ha aprendido casi todo de forma autodidacta. cambiar una suela, por ejemplo, fue uno de sus mayores retos al comenzar, pero hoy lo hace con soltura y siente satisfacción al saber que puedo devolverle la vida a un par de zapatos que alguien pensaba perder. Son conocimientos que, en otros tiempos probablemente se aprendía junto a alguien con experiencia, pero que a él le ha tocado descubrir solo.


El camino no ha sido fácil. Hoy día, casi no existen personas que enseñen este oficio y aprender por cuenta propia toma tiempo y esfuerzo. A eso se suma un panorama complicado: muchas personas prefieren comprar zapatos nuevos en vez de repararlos, sobre todo cuando el arreglo puede salir igual o hasta más caro. Su trabajo, por tanto, no siempre es rentable.


Aun así, no mide su esfuerzo en ganancias económicas. Para él, cada reparación tiene valor. “Me gusta, me satisface y a pesar de que estoy solo todo el tiempo básicamente, me entretengo. Es como una terapia realmente. Después de mucho estrés trabajando con empleados y clientes diariamente, esto es otra cosa”. Lo vive como un oficio que lo apasiona, lo reta, y, sobre todo, le llena.


A pesar de los retos, José no pierde la esperanza en la zapatería. Sabe que hoy día es difícil encontrar a alguien que practiqué o que enseñe este oficio, pero confía en que la zapatería todavía tiene futuro. Cree que, en medio de tanta tecnología, hay jóvenes que están empezando a redescubrir el valor de trabajar con las manos y sienten curiosidad por lo antiguo y eso para él, es una señal de que la zapatería aún puede seguir adelante.


Mientras tanto, José sigue soñando con todo lo que quiere lograr. Entre sus planes está crear sus propios diseños de zapatos, confeccionar carteras y con el tiempo, expandir su taller. Son metas que va trabajando poco a poco, con calma y con ganas, porque de verdad ama lo que hace. Aunque no viene de una familia de zapateros, su historia demuestra que no todo se hereda: también se puede descubrir y desarrollar. Él es prueba de que todavía es posible mantener viva una tradición, incluso cuando se empieza desde cero, si se hace con amor y con compromiso.

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