Por Joel Cintrón Arbasetti | Centro de Periodismo Investigativo
Efraín Lugo está sentado frente a la barra, mirando seis pantallas que transmiten la misma imagen. En una toma, Donald Trump, con su típica expresión gruñona de cejas fruncidas y labios arqueados hacia abajo. En otra toma, Kamala Harris, los ojos bien abiertos y una leve sonrisa, su seña de asombro sarcástico.
Es la noche del martes 10 de septiembre. El debate presidencial se está transmitiendo en vivo, a pasos del edificio en donde se firmaron la Declaración de Independencia y la Constitución estadounidense, y a tres paradas de tren de este bar en el que está Lugo, en Kensington, Filadelfia.
Desde que tenía 15 años, Lugo vive en esta ciudad, la más grande de Pensilvania, uno de los estados que se espera sean decisivos para las próximas elecciones de Estados Unidos. Específicamente vive en esta zona del norte, en donde más de la mitad de la población es latina, la mayoría boricua y dominicana.
La barra está llena y Lugo me hace espacio para que pueda acomodarme en la silla que está a su lado. Empieza hablando en inglés. Dice que era de San Juan, Puerto Rico. Luego especifica que de Santurce. Después, suelta en español: “Yo soy de El Fanguito”, refiriéndose al arrabal construido sobre lodo entre los mangles del Caño Martín Peña en la primera mitad del siglo XX.
Llegó a Brooklyn, Nueva York, en el 68, cuando tenía ocho años, “porque mis padres me trajeron por a better life, porque ellos eran de los cañeros, de los montes”, dice hablándome casi al oído, porque el audio de los analistas de televisión sobre el debate está a todo volumen, aunque nadie parece prestarles atención.
“Cuando vine a New York I came to the lion’s den [vine a la cueva del león]. Peleas de gangas, tuve un choque cultural. A los 14 me fui pa’ la calle y me hice un gángster en Brooklyn, viviendo por mi cuenta. Me salvé de asesinato, me salvé de mucha mierda. A los 15 años había hecho tantas mierdas que Nueva York básicamente me botó. Y así terminé en Philly, en un bus [de la línea] Peter Pan de 12 pesos. Vine aquí a mejorar mi vida. Mi tía me ayudó”, cuenta Figueroa.
Estudió en la Edison High School de North Philly. Cursó mecánica en el programa de Job Corps, en Texas, y estuvo en la Marina de Guerra de los Estados Unidos. Se fue de Texas porque los trabajos no eran unionados y pagaban poco. Regresó a Filadelfia, y su primer trabajo como miembro de un sindicato laboral fue en la construcción de la Autopista Interestatal 95. Hace dos semanas que se retiró de un trabajo en Drexel University, en la misma ciudad. Su primer cheque de retirado le llegará pronto. Tiene 63 años.
“Eduqué a cuatro mujeres”, dice orgulloso sobre sus hijas, ya mayores.
¿Y qué piensa sobre el debate?, le pregunto.
“Fue bueno, fue fuerte, pero es mucho sobre ellos, de tú y tú y tú, lo cual no queremos oír”, opina.
“Yo soy demócrata”, confiesa, sin que le pregunte. Y luego añade: “pero apoyo a Trump”.
Un party por Kamala
Al otro lado del bar, al fondo, hay unas ventanas forradas con carteles del Partido Demócrata. Detrás está el patio, con mesas y guirnaldas de luces cruzando de lado a lado. En lo alto, sobre una pared negra, hay dos pantallas transmitiendo el debate. Sobre una mesa hay un letrero azul que dice “Pennsylvania for Harris” y al lado una lata de Medalla, la cerveza puertorriqueña que se consigue solamente en los bares de esta parte de North Philly.
A dos cuadras de este bar, en la misma calle, está el restaurante puertorriqueño El Sabor. A cinco minutos en carro está el barrio Fairhill, un denso cúmulo de residencias pegadas pared con pared en donde vive la mayor concentración de boricuas en la ciudad desde los años 80. Tiene una población de alrededor de 4,456 habitantes según el Censo, y en algunos bloques entre el 85% y el 90% de sus residentes son latinos, la mayoría puertorriqueños.
Cuando se comparan los resultados de las últimas dos elecciones presidenciales, en la división electoral que corresponde a esta zona, se ve que entre 2016 y 2020 el Partido Republicano aumentó su electorado. En 2016, Trump obtuvo 372 votos, mientras que en 2020 obtuvo 1,043. En contraste, la candidata presidencial demócrata de 2016, Hilary Clinton, obtuvo 7,352 votos, mientras que el candidato demócrata de 2020, Joe Biden, sacó 5,483, encontró el Centro de Periodismo Investigativo (CPI), con datos del Philadelphia City Commissioners. Esta es una comisión bipartidista de tres miembros (dos demócratas y un republicano), elegida mediante voto, para administrar las elecciones y el registro de electores.
Los resultados electorales que se observaron corresponden al ward 7, la división geográfica electoral más pequeña que incluye a Fairhill completo y partes de Kensington. El Philadelphia Inquirer, el diario más grande del estado, encontró la misma tendencia de crecimiento en el voto republicano y un descenso demócrata en otros wards de ciudades de Pensilvania con mayoría latina donde los boricuas son el grupo más grande, como en Allentown, Reading y Lancaster.
Pero aunque los republicanos han aumentado su apoyo entre los boricuas y la comunidad latina en Pensilvania y otros estados de grandes poblaciones puertorriqueñas, como en Florida, una encuesta de BSP Research para UnidosUS, realizada en agosto, reflejó que el 57% del electorado puertorriqueño de Estados Unidos votaría por Harris; 31% lo haría por Trump. Un 59% de los latinos en general apoya a Harris, actual vicepresidenta de Estados Unidos. La misma encuesta reflejó que Harris lleva la delantera en Pensilvania entre los latinos.
Una pequeña porción de quienes apoyan a Harris, por los menos 20 personas, casi todas puertorriqueñas, están en el patio del bar de Filadelfia, que se llama Halftime Goodtimes. Todas miran atentas a las dos pantallas. Se supone que esto sea un watch party organizado por el programa electoral Latinos con Harris-Walz. Y aunque hay comentarios a gritos sobre lo que dice uno u otro contrincante, ya sea para celebrarlo (o para rechazarlo si se trata de Trump), y a pesar de que hay risas, cerveza y picadera, lo cierto es que, más que un party, el ambiente se siente como el de un grupo que se ha congregado para ver el informe del tiempo justo antes de que llegue una tormenta.
Un hombre de mediana edad observa el debate de pie, con una mano cruzada sobre el estómago y con la otra tapándose la boca. Cuando viene una pausa comercial, prende un cigarrillo. Quise saber qué es lo que le preocupa tanto. Me dice que no me puede hablar por su trabajo. Lo mismo dice una mujer que está en una de las mesas, que tiene que “mantenerse neutral” por su trabajo. Entonces el watch party de Latinos con Harris-Walz toma un giro de algo así como un evento secreto. De hecho, a diferencia de otros watch parties que había por toda la ciudad, éste no estaba anunciado en ninguna parte. Llegué a él después de varias llamadas a oficinas de representantes en la alcaldía de Filadelfia, hasta que alguien me habló de este bar.
Danilo Burgos, organizador del evento, está aquí, viendo el debate, tomando una Medalla. Burgos es dominicano y miembro demócrata de la Cámara de Representantes de Pensilvania por el distrito que incluye partes de Fairhill y Kensington. En seis años como representante, dice, ha observado que el tema del aborto ha sido uno fundamental para los republicanos ganar adeptos entre la comunidad latina. La
posición oficial republicana es en contra del derecho de las mujeres a escoger y han impulsado leyes para prohibir o restringir el aborto. El tema será determinante en Florida, en donde habrá una votación sobre el asunto el mismo día de la elección presidencial.
“Estas comunidades [latinas] se han estado mudando a lugares donde hay muchos republicanos, entonces eso ayuda a que se inscriban más [con ese partido]”, menciona Burgos como otro factor que ha ayudado a los republicanos a capturar el voto latino. Se refiere a las personas que se han mudado fuera de la ciudad, a lugares como Lebanon, York o Milton, en el centro de Pensilvania.
“Ahí [en Milton] donde hacen las latas de Chef Boyardee, la comunidad puertorriqueña ha revivido ese pueblo… La comunidad puertorriqueña se ha integrado en comunidades que son o han sido históricamente republicanas”, dice Burgos.
Boricuas en el battleground electoral
Parte de lo que menciona el representante demócrata coincide con lo que dijo Nilda Ruiz, con quien hablé el 16 de julio. Desde el 2005, Ruiz preside la Asociación Puertorriqueños en Marcha (APM), entidad sin fines de lucro que opera desde el 1971 en North Philly, abogando por acceso a vivienda asequible, seguridad alimentaria y empleos para la comunidad latina. También preside la National Puerto Rican Agenda (NPRA), coalición de organizaciones en Estados Unidos que trabaja más directamente con política pública que afecta a Puerto Rico y la diáspora.
“Estamos en tiempos muy caóticos”, fue lo primero que dijo Ruiz en una entrevista por Zoom.
Muchos puertorriqueños están inscritos para votar en Estados Unidos, en parte gracias al esfuerzo de organizaciones como APM y la NPRA, aseguró Ruiz. Pero al mismo tiempo señaló como un problema el que no salen a votar en números significativos, en parte, porque no entienden el proceso. “No es lo mismo rojo y azul de aquí que rojo y azul de allá”, explicó en referencia al color con el que se identifican los partidos principales en Estados Unidos y en Puerto Rico.
Ante la importancia del voto puertorriqueño en estas elecciones, le pregunté si los partidos han realizado campañas dirigidas exclusivamente a la comunidad boricua. Contestó que no.
“Para ellos es todo blanco y negro. O son los blancos o son los negros. Y una gran parte de este país son los inmigrantes, y los puertorriqueños entre ellos. Yo creo que están empezando a despertar [sobre la importancia del voto latino], ahora que tienen mucha influencia en los swing states, como Pensilvania, que puede cambiar la elección a rojo [republicano] o azul [demócrata]”, dijo Ruiz.
Las dos campañas presidenciales, la de Trump y la de Harris, según la firma de análisis de publicidad AdImpact, están gastando más dinero en anuncios políticos en Pensilvania que en cualquier otro de los llamados swing states, los estados donde los márgenes entre los candidatos han sido muy cerrados y en donde los electores podrían darle la mayoría a uno u otro candidato en una u otra elección.
Pensilvania es un swing state (estado pendular) con un gobernador demócrata, Josh Shapiro, quien sonó como posible acompañante de papeleta de Harris como vicepresidente. Hasta que Harris anunció, en Filadelfia, que su compañero de papeleta sería Tim Walz, gobernador de Minesota. Pensilvania también fue el escenario del intento de asesinato contra Trump el pasado 13 de julio.
En Estados Unidos, la elección del presidente no se decide por el voto popular, directo del elector, sino por el voto de los delegados al Colegio Electoral. El Colegio Electoral consta de 538 delegados. Para ganar la presidencia, se necesitan, al menos, 270 votos electorales. La cantidad de votos electorales de cada estado corresponde al número de senadores y representantes que tienen en el Congreso y un voto por cada distrito congresional que tenga el estado.
“Cuando votas por el presidente, en realidad no estás votando por el presidente. Le estás diciendo a tu estado por cuál candidato tú quieres que vote en la reunión de delegados del Colegio Electoral”, explica la U.S National Archives and Records Administration.
Entre los siete swing states que podrían decidir las elecciones en noviembre — Georgia, Arizona, Wisconsin, Carolina del Norte, Nevada y Michigan —, Pensilvania es el que tiene la mayor cantidad de votos para el Colegio Electoral: 19, que corresponden a sus 17 distritos congresionales y sus dos miembros del Congreso. En las elecciones presidenciales del 2020 el estado crucial era Florida, en donde vive la mayor cantidad de boricuas en Estados Unidos. Ahora es Pensilvania. En 2016 Trump ganó aquí por un pequeño margen de 0.72%. En 2020, el demócrata Joe Biden fue el victorioso, con un margen de solo 1.17%.
Por eso Pensilvania es tan decisivo.
“Los boricuas estamos más movilizados y organizados políticamente que otros inmigrantes”, opinó Ruiz. Recordó, además, la ventaja de que los boricuas pueden votar una vez se mudan a Estados Unidos y establecen residencia porque son ciudadanos estadounidenses.
Aun así, “todavía somos invisibles. A veces vienen dos o tres [candidatos] y nos usan durante el tiempo de la campaña, pero después se olvidan de que estamos aquí”, dijo.
Ruiz también ha observado que más puertorriqueños se han cambiado del partido Demócrata al Republicano.
“A lo mejor no en grandes números, pero sé que muchos puertorriqueños sienten que el Partido Demócrata los ha abandonado, han abandonado a los trabajadores. Que es interesante, porque los republicanos son más capitalistas, más del lado de los empleadores. Pero también nosotros tenemos una comunidad que es bien conservadora”, reconoció.
Y uno de los temas que le preocupa a esa comunidad conservadora es la educación con perspectiva de género, a la cual algunos se oponen por considerarla “inapropiada” para menores de edad, explicó Ruiz. La educación con perspectiva de género busca promover la igualdad de género, el respeto mutuo y evitar el discrimen. Pero, senadores republicanos se han opuesto a la perspectiva de género mediante legislación en lugares como Lancaster, ciudad en el centro sur de Pensilvania, donde viven más de 35,000 puertorriqueños.
“Lo que hay que preguntarse sobre los que están corriendo es, qué han hecho para la comunidad puertorriqueña y cuáles son las cosas que son importantes para Puerto Rico, y cuáles son sus posturas sobre eso, y dejar al pueblo que decida. Yo creo que, si tienen esa información, podrán tomar una decisión más educada y a la misma vez se van a motivar más” para ir a votar, dijo Ruiz.
Uno de los problemas que más afecta a la comunidad boricua en Filadelfia es el acceso a vivienda, sostuvo. “Ya los precios no son cómodos para nadie. Ahora para vivir en Filadelfia y poder vivir cómodo, uno necesita por lo menos ganar $100,000. Las rentas son de entre $1,200 a $1,800, eso para apartamentos de uno o dos cuartos. En la comunidad de nosotros el salario promedio es de $24,000 a $30,000. Otra es el acceso a trabajos que paguen bien y entradas a la industria. Porque hoy en día hay muchos trabajos que pagan bien, pero yo creo que los boricuas no están educados sobre cómo entrar a esos trabajos”, mencionó.
Una visión de mundo
El ambiente la noche del debate dentro del bar, en la barra, es distinto al del patio. Están viendo el debate, pero no participando del watch party por Harris. Varios hombres observan, más o menos atentos, mientras beben. Luego me fijo que encima de las pantallas hay una pizarra que anuncia los resultados de varios partidos de football americano intercolegial, como Pittsburgh vs Cincinnati o Georgia Tech vs. Syracuse. Y empiezo a dudar si la gente está pendiente de esos resultados o si están atentos al debate.
El debate termina. Todo el mundo se queda en sus sillas altas y nadie comenta nada.
Mario Figueroa, quien también está sentado en la barra, nació en Estados Unidos, de ascendencia puertorriqueña, y se crió aquí, en Kensington. Tiene 59 años, una hija de 27 y es fisioterapeuta. Cuando le pregunto qué le pareció el debate, responde, sin mucho entusiasmo, que “normal, como todos los debates”.
El proceso eleccionario no le motiva y no favorece a ningún candidato. Anteriormente ha votado por el Partido Demócrata, pero en este momento no sabe por quién votar. ¿El debate no lo movió a ningún lado? Por el momento no, responde.
Las cuestiones que le preocupan y podrían hacerlo tomar una decisión antes del 5 de noviembre son “bajar los taxes, dar ayuda a la gente que lo necesita y dejar de estar botando el dinero del Gobierno en las personas que están abusando del sistema, que no quieren trabajar”, dice en referencia a la asistencia gubernamental de programas como el SNAP, que son un punto de ataque recurrente de parte de los conservadores y los republicanos.
Coincide con Ruiz en que percibe que la participación electoral entre la diáspora boricua es muy baja.
“Quien vota entre nuestra cultura latina y la comunidad creo que son los jóvenes que están estudiando, que por lo menos están luchando para hacer bien. La gente mayor, que ya están hechos, yo creo que no votan. Yo creo que no les interesa. Y que eso es el efecto de que el Gobierno no les ha dado lo que les ha prometido, igual como está pasando en Puerto Rico, está pasando aquí”, dice Figueroa.
Destaca, además, que esa gente mayor que no vota en Estados Unidos está más pendiente de la política de Puerto Rico que los jóvenes.
Al lado de Figueroa está Efraín Lugo, el de El Fanguito, quien se siente más convencido con su cambio.
“Yo soy demócrata, pero cambié. Y la razón es que como marine yo viajé los siete mares. He visto el mundo allá afuera y nosotros estamos en problemas profundos, ahora mismo, que nosotros mismos ni sabemos. Esta vez votaré por Trump, por varias razones”.
En primer lugar, por “la frontera abierta”, dice. Esa expresión ha sido utilizada por la campaña de Trump para crear una percepción errada de que miles de inmigrantes están entrando a Estados Unidos sin ningún control por la frontera con México.
“Dejan que cualquier hijo de puta entre aquí. Y después el welfare que nosotros pagamos va a gente que nunca ni siquiera trabaja aquí. Nosotros tenemos un sistema de inmigración y la gente tiene que pasar por él, como un background check, para que sepamos quiénes son, ¿tú me entiendes? ¿Quién viene a este país?”.
Y sin esperar respuesta, continúa: “Es como la canción de Gun and Roses, Welcome to the Jungle, así es como es ahora [Estados Unidos]”.
En las seis pantallas aparecen imágenes de Harris, ahora repetidas, durante el debate.
“That lady is cool, and Joe Biden… whatever, he did what he had to do [Esa mujer es chévere, y Joe Biden… lo que sea, él hizo lo que tenía que hacer], pero los precios han subido mucho. ¿Y por qué? ¿Porque nos quedamos sin chavos o porque les damos demasiado dinero a otros países, a terroristas y toda esa mierda?... I gotta pay taxes on my Social Security [Tengo que pagar impuestos sobre mi Seguro Social]. Los impuestos de la casa subieron $25,000”, dice Lugo.
Terminamos de hablar y Figueroa me ofrece pon a mi casa, que queda al otro lado de la ciudad, a media hora en carro desde aquí. Le digo que cojo el tren. Insiste: “Vente, yo te llevo”. El gesto me da ternura, me recuerda a algún tío. Se lo agradezco y le digo que me voy para la estación, antes de que salga el último tren. Es casi medianoche. Después le agradezco por contarme su historia y responde que no tiene historia.
“Le llamo mi visión, yo no tengo historia, las historias pueden ser cambiadas. Algunas historias no tienen fundamento, algunas historias pueden ser editadas. Yo lo que te cuento es mi visión”.