Por: Joel Hernández Rivera
Las zonas rurales de Puerto Rico han sido por mucho tiempo el alma silenciosa de la isla. Desde las montañas de la Cordillera Central hasta los campos costeros del oeste, estas regiones poseen no solo historia y tradición, sino un potencial económico enorme y en gran parte desaprovechado. Durante años, el discurso económico ha girado en torno a zonas urbanas, mientras nuestros campos pierden población, productividad y oportunidades. Es tiempo de mirar hacia lo rural no con nostalgia, sino con visión de futuro.
La agricultura local no está muerta, solo necesita apoyo estructural, acceso a tecnología, y voluntad política. Existen agricultores con el conocimiento, la tierra y la disposición, pero enfrentan múltiples obstáculos: falta de financiamiento, acceso limitado a canales de distribución, carencia de mano de obra y una burocracia que, en lugar de facilitar, muchas veces retrasa. La solución no puede ser simplemente importar el 85% de lo que comemos. Debemos establecer políticas públicas que favorezcan la producción local, con subsidios inteligentes, incentivos reales y asistencia técnica constante.
Además, el auge del agroturismo representa una oportunidad única para nuestros pueblos. Hoy día, el turista no solo busca playas: busca experiencias. Quiere conocer el café que bebe, entender cómo se cultiva una piña, caminar por un sendero ecológico y compartir con la comunidad que da vida a ese lugar. Puerto Rico tiene todo para ofrecer ese tipo de turismo. Pero para lograrlo necesitamos invertir en infraestructura rural, capacitar a nuestros agricultores como anfitriones de experiencias y promocionar nuestras zonas rurales como destinos turísticos viables, auténticos y rentables.
El desarrollo del campo no debe verse como un asunto exclusivo del Departamento de Agricultura o del turismo. Es una estrategia integral que impacta alimentación, empleos, seguridad, cultura y hasta la salud pública. Impulsar estas zonas también ayuda a combatir el éxodo poblacional, ofreciendo alternativas de vida y progreso para miles de familias fuera del área metropolitana.
No hay futuro económico sólido para Puerto Rico sin un campo fuerte. Y no hay campo fuerte sin un país que decida creer en él. Reactivar nuestras zonas rurales es posible, y más aún, es necesario. Porque en cada finca abandonada hay una oportunidad dormida. Y en cada agricultor que resiste, hay una semilla de esperanza.