Por Prof. Luis Y. Rios-Silva,
MBA, PhD (c)
La conversación pública sobre el maltrato infantil gana claridad cuando se observa con lupa una región concreta. El Oeste y Noroeste ofrecen un mapa que combina bolsillos de protección sostenida con focos que requieren refuerzo inmediato. Moca (4.3 por mil) destaca por ser el único pueblo de Puerto Rico con consistencia: lleva tres años por debajo de 5 por mil, una estabilidad que sugiere engranajes locales funcionando, coordinación escuela–municipio–comunidad, rutas de apoyo que contestan, presencia de redes familiares y que conviene documentar y replicar sin complejos. En el mismo bloque regional aparecen descensos que vale sostener con recursos y seguimiento, como Lajas (14.4; -2.1) y San Germán (17.9; -0.4).
El resto del mapa advierte alzas que no deben normalizarse. Maricao (31.7; +14.4) muestra un salto pronunciado; es cierto que su población infantil es pequeña y la tasa puede oscilar con pocos casos, pero la señal sigue siendo de alerta. Quebradillas (11.5; +4.4), Rincón (9.4; +5.0) e Isabela (7.5; +4.2) también requieren intervención focalizada. A esto se suman incrementos en Mayagüez (20.3; +2.9), Cabo Rojo (14.5; +2.4), Las Marías (9.4; +2.0), Aguada (7.9; +1.6), Añasco (8.9; +1.4), San Sebastián (9.5; +0.6), Aguadilla (12.4; +0.8) y Hormigueros (17.1; +1.0). Ninguna de estas cifras es una etiqueta para estigmatizar; son puntos de partida operativos para distribuir trabajo y medir resultados.
Traducir estos hallazgos a la agenda pública exige proporcionalidad y verificación. En los municipios con mayor presión: Mayagüez, Cabo Rojo, Quebradillas, Rincón, Isabela y, por su tasa, Maricao, cada escuela debería reservar una tarde semanal para orientar a familias, detectar señales de riesgo y activar referidos que realmente contesten. La escuela es el punto de contacto más estable con la niñez y debe funcionar como primer eslabón de protección cotidiana. Desde el municipio y con apoyo de organizaciones de base conviene desplegar visitas domiciliarias tempranas ante ausentismo, cambios de conducta o señales de agotamiento del cuidador, entendidas como prevención y sostén, no como intrusión.
Cuidar a quien cuida es una inversión que previene daños mayores. Respiros breves, manejo coordinado de casos y acceso ágil a apoyo psicosocial para adultos responsables reducen el riesgo en el hogar y evitan escaladas evitables. Paralelamente, conviene activar una primera guardia comunitaria con parroquias, líderes vecinales y organizaciones locales, con adiestramientos trimestrales, breves y prácticos en identificación, documentación y referido seguro, de modo que el entramado barrial complemente al Estado cuando los tiempos institucionales no alcanzan.
El sistema necesita además protocolos sencillos y medibles en educación, salud y servicios sociales: menos burocracia y más claridad operativa, números que contesten y tiempos de respuesta comprometidos. Cuando la remoción sea inevitable, el estándar debe ser permanencias cortas en hogares de crianza de calidad, con acompañamiento real hacia la reunificación segura, porque cada mes de incertidumbre deja cicatrices evitables. La transparencia mensual por municipio, tasas, tiempos de respuesta, resultados cierran el circuito de mejora, permiten corregir rumbos a tiempo, proteger lo que funciona y aprender de experiencias como la estabilidad baja de Moca o los descensos de Lajas y San Germán.
Por encima de tablas y curvas está la infancia del Oeste, presente en cada aula y cada barrio. Velemos por ellos, con disciplina y ternura, porque son el futuro del país: brigadas donde más duele, réplica donde mejor funciona, datos abiertos, protocolos claros y apoyo firme al cuidador.



