Por: Jeanette Zaragoza De León
“La Biblia dice esto…” y “la Biblia dice esto otro…”. Estas frases se han convertido en uso y costumbre en el argot de cristianos que profesan su fe. Laicas y laicos, clérigos y pastoras, las usan para elaborar sus oraciones o interpretaciones bíblicas, descansando en un texto milenario. Lógico. ¿Cómo no citar aquel libro sagrado para fundamentar lo que creemos de corazón y propulsar nuestras acciones? No obstante, “la Biblia no dice nada”.
Para quienes estudiamos las enseñanzas de Jesús, la tarea es compleja. Gravitamos hacia lo que Jesús “hizo” o “dijo”. Sus parábolas nos maravillan y nos hacen exclamar Amenes y Aleluyas, cuando desciframos el significado de un texto miles de veces traducido, que promete afirmar la vida. Pero la frase “la Biblia dice” funde varios pasos inherentes de la interpretación, también conocida como la hermeneútica.
Por sí sola la Biblia no “habla”, no “dice”. Esta tarea nos toca a quienes leemos este Libro en busca de dirección y respuestas. En resumen, el proceso de interpretación se compone de: la selección del texto, su lectura, su análisis profundo—o exégesis—, su interpretación, su divulgación y, finalmente, la responsabilidad por el impacto de su interpretación.
La frase “la Biblia dice” esconde este proceso multifacético, incluso para quienes piensan que son dueños de un canal exclusivo con Dios, o de tener la patente del Espíritu Santo. Así, muchos se escudan detrás de esta frase sin escudriñar cómo sus motivaciones iniciales, opiniones previas y prejuicios influyen en su preferencia por unos textos sobre otros, y una interpretación bíblica sobre otra. Por lo que es probable que, sin un referente bíblico, llegarían a las mismas conclusiones.
Este proceso tan antiguo, en Jesús se perfeccionó. Su legado más notable no fue lo que “hizo” o “dijo”, sino su selección e interpretación de las Escrituras, como respuesta a la grave crisis social. Jesús nos regala una brújula para navegar las Escrituras llenas de contradicciones entre guerras, amor al prójimo, genocidios, ocupaciones, enfermedades, pobreza, una corrupción rampante e instituciones religiosas cooptadas; una realidad latente en sus días. Constantemente, dicha brújula, inspirada por el Dios a quien amó y en quien creyó, le llevó a afirmar los derechos humanos y a denunciar las injusticias, lo que le costaría la vida.
Para asegurar el poder, los líderes religiosos acudieron al imperio romano para matarle e intentar aniquilar su forma de interpretar las Escrituras. A 2,000 años desde que Él caminó en Palestina, su ejemplo ofrece una guía para cristianos que enfrentan condiciones similares. Siempre se dio a la tarea de humanizar, crear aliados y denunciar a los corruptos, que tanto daño hacían a su pueblo. Una cosa sí, sin casar “la Iglesia” con el Estado. Llevamos milenios en que la Iglesia y sus líderes, sea católica, protestante, pentecostal o independiente, se ha casado con los imperios y sus ideologías, en contra de la visión de Jesús. Repetidas veces, el resultado ha sido criminal y anticristiano. Si líderes hubieran emulado las posturas de Jesús, la esclavitud, las guerras, la corrupción religiosa o política, la venta de armamentos a países guerreros y genocidas, el feminicidio, y tantos otros males sociales, no hubieran sido parte de la historia cristiana.
Todas estas acciones se pueden justificar con citas bíblicas, pero no con la interpretación bíblica de Jesús a favor de los derechos humanos y en contra de lo que se oponga a ello. Examine pues sus tendencias, prejuicios, su interpretación y selección bíblica y así sabrá quién lo dice: si es algo que Jesús hubiera dicho, o si en cambio, lo dice usted. Porque la Biblia, por sí sola, no “habla”.