Por: Lcdo. Luis Ibrahyn Casiano
La psicoterapia, en especial desde el Trabajo Social Clínico se sustenta en la comprensión profunda del ser humano en su contexto biopsicosocial y espiritual. Sin embargo, una de las mayores dificultades que enfrentan los profesionales de ayuda es mantener un equilibrio entre su rol terapéutico y su propia humanidad. En este sentido, la sensibilidad plena se erige como un principio fundamental que permite al terapeuta reconocerse como un individuo sintiente que, al igual que sus atendidos, transita por las complejidades de la vida. El terapeuta no es un ente omnisciente ni una figura de poder absoluto, sino una persona que también experimenta emociones, dificultades y procesos de crecimiento. Empatizar plenamente desde la voz y la práctica no es debilidad, implica entrar en un estado de apertura y atención consciente que facilita la conexión genuina con el otro. En la terapia humanista, este principio se materializa en la capacidad del profesional para empatizar, ¡claro!, sin sobre identificarse y que esto pueda empañar los posicionamientos teóricos expuestos en la sesión; pero siempre con el objetivo de comprender sin juzgar y de acompañar sin imponer desde nuestra propia condición humana.
Aunque la formación académica tradicional ha impuesto una visión del terapeuta como una figura de control humano, cuyo rol parece ser el dirigir a otros desde una posición de supuesta neutralidad. Sin embargo, esta concepción se aleja de la realidad humana y puede generar una relación terapéutica distanciada e impersonal; incluso, drenante para el profesional de ayuda. Para transformar este paradigma, es fundamental reconocer que la intervención psicoterapéutica no se basa en el dominio del profesional sobre el proceso del atendido, sino en una relación de acompañamiento mutuo, donde la autenticidad y la sensibilidad plena permiten un espacio de confianza y crecimiento. Liberar al terapeuta de la exigencia de infalibilidad no solo humaniza su labor, sino que también fortalece la eficacia de la terapia al permitir interacciones genuinas y significativas.
Cuando el terapeuta se permite a sí mismo experimentar y reconocer sus propias emociones, puede generar una relación más auténtica con sus atendidos. Esta postura no solo favorece la construcción de un vínculo terapéutico basado en la confianza, sino que también permite modelar estrategias de afrontamiento emocional desde la propia experiencia. Desde el enfoque de la terapia humanista, el proceso terapéutico debe centrarse en la persona y en su capacidad inherente para el cambio y la autorrealización, y esto se da en la sesión de forma bilateral. Aquellos que buscan ayuda no lo hacen para ser dirigidos bajo una autoridad inflexible, sino para encontrar un espacio donde puedan sentirse comprendidos y validados. La figura del terapeuta como un ser que también evoluciona y gestiona sus emociones resulta esencial para este proceso.
La técnica de la normalización desempeña un papel crucial en este enfoque. A través de ella, el terapeuta ayuda al atendido a comprender que sus experiencias, pensamientos y emociones no son únicos ni anormales, sino que forman parte del espectro de la condición humana. Al despojarse de la rigidez emocional absoluta, el profesional facilita un proceso en el que, el o la individuo se siente libre de explorar sus propios sentimientos sin temor al estigma o la patologización. La normalización no implica minimizar el sufrimiento, sino darle un contexto que permita afrontarlo de manera más saludable. Para ello, el terapeuta debe ser consciente de su propio proceso emocional y reconocer que también ha enfrentado, enfrenta o enfrentará desafíos similares. Al compartir sus experiencias de crecimiento de manera dosificada y profesional, el terapeuta se convierte en un ejemplo de que la evolución es posible y que gestionar las emociones no significa eliminarlas, sino aprender a convivir con ellas. Al validar su sentir y situarlo dentro de un marco común de la experiencia humana, refuerza su capacidad de agencia y se fomenta el desarrollo de estrategias de afrontamiento efectivas ante la persona atendida. Por esto, humanicemos más nuestras profesiones de atención a la salud mental/conductual con la capacidad de servir como terapeutas para ser acompañantes genuinos en el camino del otro, con la certeza de que todos(as)(es) transitamos por el mismo sendero de la condición humana.