Manolo Rodríguez
En tiempos recientes hemos escuchado muchas veces hablar sobre que hay que ser inclusivo en todas las áreas de nuestras vidas. Hemos visto como se han abierto debates a favor y en contra de esta práctica dentro de la sociedad en la que vivimos. Hace 20 años era difícil pensar que hubiera más de un baño cuando visitábamos algún restaurante o dependencia pública. Mas aún, nadie hubiera imaginado la existencia de los baños sin género, sin los clásicos distintivos por los cuales nos dejamos llevar muchos de nosotros cuando aún no sabíamos leer bien o cuando visitábamos países donde no conocíamos el idioma.
Esto es fenomenal y muchas personas lo apoyamos de manera cabal y firme. Pero también hay quienes se venden como que son de mente abierta y los más inclusivos, hasta que les toca de cerca. Aquí es que empieza lo que yo llamo “la inclusividad que duele”. Aquí es cuando vemos que la aceptación e inclusividad se dan de frente a las ideas preconcebidas que tienen y que van contra los principios aprendidos. Es fácil pregonar la aceptación cuando es a otros a quienes les toca hacerlo. Pero difícil para muchas personas cuando les toca esto de frente. Es para mi muy triste ver como muchos niños ven sus sueños truncados porque los obligan a hacer cosas que, aunque son más “afines” a su género de nacimiento, no son parte de sus intereses. Esto lo veo mucho en ciertos deportes donde se identifican más con el sexo masculino. Unos de estos es el baloncesto, cuando una niña dice que quiere practicar este deporte, veo cierta resistencia de parte, especialmente, de las madres. Muchas veces me ha tocado escuchar cuando una madre le recomienda a la otra que no lo permita por que de seguro le saldrá “machúa” (lesbiana). Igualmente pasa cuando un niño muestra interés por las artes o el campo de la belleza. Rápido en este caso los papás se oponen aduciendo que esto es cosa de las nenas y se volverá “loquita” (homosexual).
Aunque no lo crean, todavía permea este tipo de pensamientos en nuestra sociedad, donde aún en pleno siglo 21, muchas personas siguen arrastrando la educación sobre que hay cosas diseñadas para cada género. Esto tenemos que atacarlo de frente para así detener este tipo de argumentos que más que ayudar lo que logra es que los niños que tengan intereses diversos se cohíban de expresarlo, volviéndose retraídos por el miedo del que dirán, evitando así que se expresen libremente. En un mundo donde cada vez parece que tenemos más libertades, tenemos a padres evitando que sus hijos e hijas escojan libremente lo que quieren hacer y ser. Los padres son guías para los hijos. No pueden ser estorbos para que estos se desarrollen, ni los hijos son una extensión para lograr lo que no pudieron ellos ser o hacer. Aquí es cuando la inclusividad duele. Les duele a aquellas personas que se hacen las más inclusivas de la boca para afuera pero internamente batallan con las ideas preconcebidas que mucho tienen que ver con la crianza que obtuvieron, donde les inculcaron lo que es “correcto” y “moral”. Tenemos que ser guías de nuestros menores para que crezcan con una salud emocional saludable y poder lograr en algún momento una sociedad donde cada persona se sienta parte de ella y no excluido por cualquier razón.