Por el Dr. Armando Díaz – Profesor universitario
Como investigador, estoy acostumbrado a dejar que los números hablen. Pero como ciudadano y observador atento de la realidad social de Puerto Rico, hay momentos en que los datos no solo informan: interpelan. Eso es precisamente lo que ocurrió al analizar los resultados del estudio que recientemente realicé sobre emprendimiento en la Isla. Lo que encontré me obliga a decirlo con claridad: las mujeres, particularmente las mayores de 30 años, se están convirtiendo en el verdadero motor del emprendimiento puertorriqueño.
En esta investigación participaron 83 personas vinculadas al mundo del emprendimiento. El dato más contundente fue este: el 96.4% de las personas encuestadas fueron mujeres, y la gran mayoría se ubicaba entre los 31 y los 60 años. No estamos hablando de estudiantes probando ideas ni de aventuras pasajeras. Estamos hablando de mujeres adultas, muchas de ellas jefas de familia, que han tomado la decisión consciente de emprender en etapas de la vida donde el margen de error es menor y las responsabilidades son mayores.

¿Por qué lo hacen?
Los resultados muestran que no existe una sola razón, sino una combinación poderosa. Casi la mitad de las participantes indicó que emprendió por pasión o vocación personal, y el mismo porcentaje señaló la búsqueda de independencia económica. Esta coincidencia no es casual. A partir de cierta edad, las mujeres conocen mejor sus talentos, reconocen sus límites y, sobre todo, entienden el valor de su tiempo. Emprender se convierte entonces en una forma de alinear lo que saben hacer con lo que necesitan para sostener a sus familias.
Otro hallazgo que merece atención es que más del 60% de las personas comenzó su emprendimiento mientras mantenía un empleo formal o continúa combinando ambos. Este dato rompe con la narrativa idealizada del emprendimiento como un salto romántico al vacío. En Puerto Rico, muchas mujeres emprenden desde la prudencia, desde la estrategia y, en muchos casos, desde la necesidad. No abandonan la seguridad de un salario hasta que su proyecto demuestra que puede sostenerse. Eso no es miedo; es responsabilidad.
También me llamó la atención la madurez de los negocios. Cerca del 80% de los emprendimientos ya está vendiendo activamente o se encuentra en etapa de crecimiento. Este no es un ecosistema dominado por ideas en papel, sino por proyectos reales que generan ingresos, atienden clientes y enfrentan los retos diarios del mercado. Esto desmonta el mito de que emprender después de los 30 es llegar tarde. Por el contrario, los datos sugieren que muchas mujeres llegan mejor preparadas.
Ahora bien, el estudio también revela las dificultades que enfrentan. El principal reto señalado no fue la falta de ideas ni de motivación, sino el mercadeo, las ventas y el acceso a clientes. A esto se suman la falta de espacios de visibilidad, los retos operacionales, el acceso limitado a financiamiento y la complejidad de los permisos. Dicho de forma sencilla: nuestras emprendedoras no necesitan que les expliquen por qué emprender; necesitan un entorno que no les haga el camino más cuesta arriba de lo necesario.
Estos hallazgos me llevan a una reflexión más amplia. Cuando una mujer de 35, 45 o 55 años decide emprender, lo hace con una carga de experiencia vital que no siempre se reconoce. Trae consigo años de trabajo, de administración del hogar, de toma de decisiones difíciles y de adaptación constante. La edad, lejos de ser un obstáculo, se convierte en un activo estratégico.
Por eso quiero decirlo con claridad, especialmente a las mujeres que leen estas líneas y aún dudan: nunca es tarde para emprender. Emprender no tiene una edad correcta ni un momento perfecto. Muchas veces, el mejor momento es cuando ya sabemos quiénes somos, qué queremos y qué no estamos dispuestas a seguir aceptando.
Como país, debemos repensar cómo apoyamos este tipo de emprendimiento. Si de verdad queremos fomentar una mentalidad emprendedora, tenemos que mirar más allá de los discursos motivacionales y enfocarnos en mentoría real, simplificación de procesos, acceso a mercados y apoyo concreto para quienes ya están en la brecha.
Este estudio no pretende hablar por todas las mujeres de Puerto Rico, pero sí ofrece una radiografía clara de una realidad que no podemos ignorar. Cuando una mujer adulta decide emprender, no solo está creando un negocio; está reclamando autonomía, estabilidad y futuro. Y eso, en cualquier etapa de la vida, es un acto profundamente transformador.



