Por María F. Martell Ruiz
Entre los años 1900 y 1940 el cultivo de tabaco tuvo un rol protagónico en la economía agrícola puertorriqueña, junto al café y la caña de azúcar, especialmente en los pueblos de la zona montañosa. Con el paso de los años, distintos procesos como la industrialización, cambios políticos y económicos y las dificultades propias del cultivo provocaron que su producción disminuyera gradualmente. Hoy, aunque los cultivos de tabaco casi han desaparecido del panorama agrícola, aún hay quienes mantienen viva esta herencia, preservando la tradición y trabajando con la hoja como quienes lo hacían antes.
Un ejemplo de esa preservación lo es Juan Irizarry Toledo. Torcedor, cultivador y apasionado del tabaco, decidió en el 2016 fundar su propia compañía, Tabaco La Altura, con la visión de crear un producto 100% puertorriqueño. Su acercamiento al oficio fue en gran medida autodidacta. La pasión y el interés por el tabaco lo llevaron a aprender por sí mismo y con el tiempo ha compartido sus conocimientos con otros.
A diferencia de otros torcedores, Irizarry Toledo cultiva su propio tabaco y lo convierte en cigarro, asegurándose que cada pieza provenga enteramente de su tierra y de sus manos. Más allá de levantar una compañía a gran escala, su propósito ha sido rescatar este oficio y darlo a conocer, manteniendo viva una tradición que por años parecía desvanecerse.
Su trabajo le exige largas horas y un esfuerzo constante, pues la hoja de tabaco requiere un cuidado minucioso para preservar su calidad. Aun así, lo que podría parecer agotador para muchos para él es motivo de orgullo: “Para mi tal vez no sea costo efectivo. No será la mejor forma de generar ingresos, tal vez no. Pero, me llena y es lo que yo quería hacer y es lo que yo quería promover, pues me siento satisfecho”.

Sin embargo, esa pasión por el tabaco no es exclusiva de Irizarry Toledo. La misma entrega y sacrificio también marcaron la vida de Doña Rosa Vilanova y de su difunto esposo Pedro Mangual, quienes durante alrededor de 15 años mantuvieron su negocio de tabaco en el Barrio Dulces Labios de Mayagüez, conocido como Tabacalera Los Indios.
Aunque fue un trabajo sacrificado, que les exigía pasar los fines de semana recorriendo festivales en distintos pueblos de la isla, hoy doña Rosa recuerda esos años con gran cariño y llenos de anécdotas. Todo ese esfuerzo junto a su esposo valió la pena, pues les permitió llevar su tabaco a cientos de clientes, incluyendo figuras reconocidas como Eddie Palmieri y Humberto Ramírez.
“De verdad, la ganancia más grande para mí fue las amistades. La gente que conocimos, que todavía son mis amigos y que todavía me visitan”, recordó doña Rosa.
Todo ese camino de sacrificios y alegrías, sin embargo, llegó a un punto de quiebre. En el 2011, tras la muerte de su esposo, Rosa tomó la difícil decisión de cerrar el negocio, pues le resultaba demasiado sacrificado sostenerlo sola. Desde entonces, guarda en su hogar un pequeño espacio con fotos y recuerdos, que sirven como testimonio del legado que ambos dejaron en la tradición del tabaco en Puerto Rico.
Ese rincón en casa de doña Rosa, junto al esfuerzo diario de Juan Irizarry simboliza la persistencia de una tradición que se niega a desaparecer. todavía hay quienes se aferran a este oficio, conscientes del sacrificio que conlleva. También, empieza a surgir una generación de personas interesadas en trabajar con el tabaco, lo que abre la posibilidad de impulsar la siembra, rescatar la tradición y volver a dar vida a una profesión que en otro tiempo tuvo gran peso en la isla.