Por Krystal A. Zapata López
En el oeste de Puerto Rico, entre ríos caudalosos y montañas fértiles, surgió una ciudad llamada a convertirse en símbolo del comercio, la cultura y la resiliencia de un fénix. Mayagüez, también conocida como la Sultana del Oeste, tiene un origen que entrelaza naturaleza, esfuerzo humano y emprendimiento. Al mirar hacia atrás, descubrimos cómo un humilde poblado se transformó en el corazón económico y cultural del oeste de Puerto Rico.

Los primeros pasos de un pueblo
Antes de 1760, lo que hoy conocemos como Mayagüez era, en palabras del historiador Dr. Antonio Nieves —a quien tuve el honor de entrevistar— “el puerto de San Germán”. Mayagüez se separó de dicho municipio el 29 de julio de 1760 y su fundador fue Faustino Martínez Matos, según el acta que el Dr. Nieves estudió. “Lo que había era un puerto sin ninguna facilidad.” Pues en aquel tiempo, el único puerto legal era el de San Juan, los demás no eran legales. Ese fue el punto de partida de la nueva comunidad, que pronto fue reconocida como el “Pueblo de Nuestra Señora de la Candelaria de Mayagüez”. De acuerdo con los estudios del difunto historiador Federico Cedó (q.e.p.d.) —que varían un poco en el mes exacto de la fundación, indicando que fue fundada el 18 de septiembre de 1760— el nombre Mayagüez proviene del taíno y significa “Lugar Grande de Aguas”. A lo largo de su historia también recibió apodos como “Puerto de Palmas” en el siglo XVI y “Aguada la Nueva” en el XVIII. Estos nombres reflejan tanto su riqueza natural como su vocación marítima.

Solo cinco años después de su fundación, el crecimiento era evidente. El Dr. Nieves señala que “en 1765 lo habitaban 1716 personas, tenía 50 casas y tenían 419 familias que componían Mayagüez.” Con esa población ya se vislumbraba el potencial de un pueblo con aspiraciones mayores.
El puerto: puerta al mundo
La ubicación geográfica fue decisiva. El río Yagüez, entonces llamado Mayagüez, dio nombre al pueblo, mientras que su puerto se convirtió en la plataforma de desarrollo económico y social. El Dr. Nieves recuerda que “desde 1778, se permitió a Puerto Rico abrir los puertos de Mayagüez, Ponce, Cabo Rojo, Aguadilla y Fajardo. Se les dio autorización para operar los puertos legalmente y ya empieza poquito a poco a desarrollarse más la población y la economía de Mayagüez”. Este desarrollo implicó la llegada de vigilancias y autoridades militares españolas a la zona.

La Dra. Ramonita Vega —historiadora con quien tuve la oportunidad de conversar y escuchar su discurso durante la Celebración del Aniversario 265 de la Fundación de Mayagüez el pasado domingo 14 de septiembre en el Museo Casa Grande— subrayó el valor estratégico del litoral durante el siglo XIX: “Mayagüez tenía la obligación de estar resguardado precisamente por la posesión estratégica de ese puerto.” La protección militar de la bahía no solo garantizaba seguridad, sino también estabilidad para el comercio creciente.
El puerto no fue importante solo para la ciudad, sino también para el Caribe entero. Así lo describe el Dr. Nieves: “Los pueblos vecinos se comunicaban mediante los barcos de Mayagüez, porque no había carreteras. En Mayagüez había pasajes para Barcelona, Madrid, Cádiz, EEUU y puertos de las demás Antillas. Mayagüez era un centro mundial.” La conexión marítima hizo de Mayagüez un punto clave y esencial donde se encontraban idiomas, mercancías y culturas.
El auge agrícola y comercial
El motor económico inicial fue la agricultura, apoyada en la exportación de caña, café y productos derivados como el melado y el ron. El Dr. Nieves lo sintetiza así: “Se desarrolla un gran comercio […]. Mayagüez empezó a exportar azúcar y café. El café se movía en Europa principalmente. Había otros productos, pero el café era lo básico, y el azúcar, el melado y el ron en Estados Unidos. Estaban dos grandes comercios, dos grandes mercados. Entonces ahí comienzan a surgir una serie de comerciantes muy famosos.”
La importancia del café quedó clara en la primera mitad del siglo XIX. Según la Dra. Vega, “la producción de café sobrepasó los seis millones de libras en 1840.” Con este auge, Mayagüez se consolidó como epicentro agrícola y comercial, exportando hacia Europa y Norteamérica.
El comercio, tanto legal como ilegal, trajo consigo la creación de almacenes, el surgimiento de comerciantes prominentes y la llegada de extranjeros atraídos por la Cédula de Gracia de 1815. Todo ello reforzó la posición de la ciudad como un polo de desarrollo en la isla.

Cultura, educación y la resiliencia de un fénix
El progreso económico vino acompañado de una vida cultural floreciente. La Dra. Vega destaca que “Mayagüez contaba con instituciones educativas que rivalizaban con las más esclarecidas academias.” En un tiempo en que la instrucción era limitada en la isla, Mayagüez ya ofrecía enseñanza de gramática, filosofía, matemáticas, dibujo, geografía y varios idiomas, lo que contribuyó a su apodo posterior de “Las Atenas de Puerto Rico”.
Pero el camino no estuvo libre de tragedias. En 1841, a solo cinco años de haberse reconocido a Mayagüez con la categoría de villa, un gran incendio arrasó con la misma. Lejos de detener el progreso, esta catástrofe estimuló la inversión en infraestructura. La Dra. Vega lo describe con fuerza: “Mayagüez quedó prácticamente hecho cenizas.” Sin embargo, “en los dos años siguientes logró un aumento significativo en exportaciones de azúcar.” Esa resiliencia colectiva cimentó el carácter de los mayagüezanos y reafirmó su capacidad de sobreponerse a las dificultades.
Más aún, se destaca el rol de la Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez, hoy conocido con cariño como Colegio, y fundado en el 1911. La Dra. Vega la declara como la institución más grande que ha tenido Mayagüez en toda su historia. Esta institución se ha convertido en un orgullo para La Sultana del Oeste y ha promovido el movimiento intelectual, cultural y comercial de la zona.
En fin, los sobrenombres que acumuló la ciudad en el siglo XIX reflejan su identidad: “Ciudad de las Aguas Puras”, por la calidad de sus manantiales; “Sultana del Oeste”, por su riqueza cultural y su posición dominante en la región; y “Las Atenas de Puerto Rico”, por su prestigio educativo y cultural.
Legado y proyección
Vale recalcar que el legado de Mayagüez no solo se manifiesta en la economía, sino también en la educación superior. Mayagüez comenzó como un puerto marítimo que recibía todo tipo de visitantes y construía puentes entre ciudades vecinas, antillanas y el resto del mundo. No obstante, hoy su puerto más importante es el de la educación con numerosos institutos y universidades. Ser mayagüezano es cargar con el orgullo de una fundación que nació del esfuerzo colectivo, se fortaleció con el comercio marítimo y se elevó con la cultura y la educación. La historia de Mayagüez no es solo un recuerdo, sino una fuerza que sigue inspirando a sus hijos e hijas a soñar en grande y moverse por sus metas.