sábado, agosto 2, 2025
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Periodismo vital

Por Carlos F. Ramos Hernández

Durante la década del sesenta, el periodista César Andreu Iglesias (1915-1976) se levantaba todos los días antes del amanecer para bosquejar las primeras ideas de su columna diaria Cosas de Aquí que se publicaba en el periódico El Imparcial. La tan esperada columna abarcó temas diversos de la época, desde cultura y humor hasta economía, planificación y política. 

Según cuenta en el prólogo del libro Periodismo vital (2005) su hija, la periodista Leila Andreu Cuevas, en sus últimos años el cronista escribía en una maquinilla con cinta en carbón, de teclas tipo martillo y botones profundos, porque un aparato eléctrico no habría resistido los cantazos rudos de los pocos dedos con los que escribía. Al hablar de su padre, lo describe como “un hombre con conciencia social que veía el medio de producción de la prensa  … como el vehículo para tocar, educar y abrirle los ojos al lector con el fin de darle el merecido sentido de control sobre su destino”. 

Pienso que esta visión del periodismo parece estar próxima a extinguirse. No por desinterés de los periodistas, sino por el lector que hoy recibe la información periodística y, sobre todo, por aquellos en el poder que no ven a la prensa como un contrapeso de la democracia sino como una amenaza a sus intereses políticos y económicos. 

Desde hace treinta y tres años, todos los 31 de julio el país celebra oficialmente el Día Nacional del Periodista honrando el natalicio e innumerables aportaciones de Andreu Iglesias.  

La libertad de palabra (y de la prensa), como dicta la Constitución de Puerto Rico, garantiza el derecho que tenemos todos a expresarnos libremente y sin temor a represalias. Para el ejercicio del periodismo, esto abarca los procesos de recopilación y publicación de información noticiosa. Por ejemplo, implica proteger a quienes fiscalizan a figuras públicas de reclamos infundados de difamación, acceder a información en poder del gobierno o escudar a los  reporteros a no revelar sus fuentes confidenciales o anónimas. La libertad de palabra es un derecho humano, una precondición indispensable para que los ciudadanos podamos participar, de manera informada, de la vida común y colectiva. 

No soy periodista. Hace casi cuatro años, trabajo, a mucha honra, como abogado del equipo de periodistas del CPI. En este tiempo he ido aprendiendo (y respetando) los embates de esta profesión. Cada vez con mayor claridad, entiendo cómo se hace un periodismo de excelencia: con rigurosidad en las investigaciones, con meticulosidad en los escritos y con un compromiso ético y cívico de informar al país sobre los problemas sistémicos que enfrentamos. Y mientras reconozco con admiración la labor de este equipo, he cobrado mayor conciencia y no puedo ignorar el deterioro del “ecosistema” de medios de comunicación en Puerto Rico, Estados Unidos y el mundo. Reina la prensa amarillista y de farándula, los clickbaits, la publicidad desmedida mezclada entre contenido periodístico y claro, los fake news, que alimentan la desconfianza en los medios y la sed de lectores que consumen noticias a todas horas del día sin pausa para pensar o reflexionar. A esto le sumamos que los focos de algunos reportajes, en particular sobre los funcionarios públicos y electos, sólo buscan hacer relaciones públicas. Cada vez más, nuestros líderes son indiferentes a la verdad, o peor aún, mienten descaradamente y atacan a quienes fiscalizan su gestión. Entre la desinformación, el circo político y el autoritarismo, este cuadro mediático ha llevado a que muchos en la sociedad pierdan confianza en la prensa. Cada vez son menos quienes buscan en ella algún “sentido” que les brinde “control sobre su destino”, como perseguía Andreu Iglesias. ¿Cómo combatimos esto? ¿Cómo enfrentamos la apatía? ¿Cómo fortalecemos el periodismo vital?

Nuestro ordenamiento legal, tanto en Puerto Rico como Estados Unidos, todavía protege (y debe de continuarlo haciendo) a toda persona que recopile y difunda información con el propósito de informar. Cuando los regímenes autoritarios buscan acallar y minimizar la disidencia y censurar a quienes cuestionan sus acciones es cuando más necesario resulta defender la libertad de prensa. Hay que educar, con respeto y empatía, y denunciar con coraje y fundamentos.

No podemos pasar por alto cuando botan sin razón de la sala de prensa de la Casa Blanca a periodistas de la Prensa Asociada o cuando la gobernadora Jenniffer González ningunea o ridiculiza preguntas que le resultan incómodas desde La Fortaleza. Hay que continuar denunciando la propaganda gubernamental y los media tours en programas de entretenimiento de gobernantes que sólo buscan elogios y autocomplacencia. Recordemos, los políticos le temen a enfrentarse a una crítica informada basada en datos. 

Tampoco se puede ignorar que medios comerciales estadounidenses, como la ABC y CBS, han cedido ante las presiones del presidente de Estados Unidos Donald Trump y llegan a acuerdos extrajudiciales millonarios silenciando las voces de sus periodistas. Estas acciones alimentan a grupos extremistas que ven a la prensa como un “enemigo” que se debe combatir. No es de extrañar entonces que periodistas sean blanco de campañas de desinformación y estén expuestos a insultos, amenazas y bullying o acoso cibernético. 

No podemos ser indiferentes cuando los periodistas que cubren deportaciones ilegales de personas inmigrantes son golpeados, ni dejar de ser solidarios cuando vemos la desesperada situación de periodistas palestinos en medio de la hambruna en Gaza. 

En tiempos donde informar se ha convertido en un acto riesgoso, valiente y digno, hay que fortalecer los espacios en donde el periodismo sigue siendo un “vehículo para tocar, educar y abrir los ojos”, como buscaba Andreu Iglesias. Para formar conciencia, denunciar sin miedo y contribuir a la rendición de cuentas tan necesaria para las aspiraciones democráticas de este país.

El periodismo vital de Andreu Iglesias siempre estuvo marcado por su afán de construir una sociedad que reflejara las injusticias que le rodeaban y luchara por un mayor equilibrio social. Aspiraba a un periodismo escrito “con garra y contundencia”, con crítica incisiva, pero en un estilo sencillo y comprometido. Ese es el reto que todavía nos queda de frente cuando ejercemos la libertad de palabra.

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