
Los pediatras han pasado los últimos meses en un discreto segundo plano, conscientes de la escasa vulnerabilidad de los niños en esta pandemia, y sin una excesiva carga de trabajo y preocupación específica por el impacto del COVID-19 en la salud individual de los más pequeños. Parece haber consenso al día de hoy, en que los niños padecen de forma muy leve las consecuencias de la infección por el SARS-CoV-2, siendo una proporción nada desdeñable de las infecciones asintomáticas.
Las muertes, las complicaciones graves y las hospitalizaciones por COVID-19 en la edad pediátrica son raras. Es más, parece que la enfermedad respeta incluso a niños con patología crónica concomitante, a diferencia de lo que ocurre con los adultos.
Quizás la única excepción a esta regla son los casos del síndrome inflamatorio multisistémico en niños (MIS-C, por sus siglas en inglés), una complicación tardía asociada a infecciones por el virus y que comparte alguna sintomatología con el síndrome de Kawasaki y el shock tóxico. Esta complicación, infrecuente pero potencialmente grave, se ha confirmado en algunos casos. Y aunque con alta frecuencia puede requerir cuidados intensivos, es importante destacar que con tratamiento precoz y con terapias antiinflamatorias específicas, suele responder positivamente.
Por tanto, podemos afirmar que el riesgo a nivel individual de los niños que se infectan parece ser bajo, y por lo tanto asumible. Su salud física no parece resentirse demasiado de momento.
Cosa muy distinta es la salud mental, y los efectos indirectos que meses de confinamiento e incertidumbre general puedan estar teniendo en los niños. Esos sí deberán vigilarse de forma proactiva y cuidadosa.