Rafael J. Figueroa – Estudiante
Noviembre 2020, todo lo relacionado respecto a las elecciones generales de nuestro país (excepto ciertos “inconvenientes” con el conteo de los votos y maletines) ya está acabando, pero el COVID-19 no se está comportando igual. Cegados por las disputas eleccionarias y las diferentes actividades relacionadas a estas, tanto el gobierno como la población olvidó el presente peligro que representa el ya no tan novel virus. La gobernadora Wanda Vázquez, pasado el proceso primarista, ha optado por emitir órdenes ejecutivas más flexibles, a pesar de que desde principios de octubre ya se comenzaba a apreciar un aumento en el número de nuevos contagios. La amenaza salubrista que tanto terror infundió en la población a mediados de marzo, fue olvidada (o, mejor dicho, ignorada) durante los pasados meses, un grave error. A esto hay que añadir que la gobernadora disolvió tanto el ‘task force’ médico como el ‘task force’ económico a mediados de septiembre, dejando casi toda la responsabilidad de asesoría respecto a la pandemia al Departamento de Salud.
Por otra parte, el Departamento de Salud ha tenido un desempeño sumamente errático en los pasados meses; presentando problemas para cumplir con el debido rastreo de casos, teniendo problemas en los reportes de cifras relacionados a la pandemia, y fracasando en el cumplimiento de las medidas establecidas en las ordenes ejecutivas. Se han reportado al momento de esta edición 51,647 casos confirmados de COVID-19, 1,122 muertes, y 632 hospitalizados, y aun con esas cifras, parece que el gobierno no tiene plan alguno para manejar la actual crisis (y la última orden ejecutiva emitida por la gobernadora es reflejo de eso). La batalla contra este virus es grupal, así que no es momento de señalar y echar culpas (ya que la tendencia es culpar únicamente al gobierno, pero en este caso es diferente). Es sencillo: ¿nos vamos a ajustar los pantalones como sociedad?, ¿o vamos a dejar que el COVID-19 nos pase el rolo?